"La página de los lagartijos es como el camarote de los Hermanos Marx"
    (Los Moteros Jubilaos, 2005)

    "La Vespa abans de montarla n´hia que coneixerla"
      (Socarrat dixit. Xátiva 19/08/2006)


    17 enero 2008


     

    V Pimentón Scooter Rally (Murcia)

    En la foto, de la pasada edición del Pimentón, un grupo de turistas suecas poniéndose todas burras ante la visión de los culos de los scooteristas de verdad apretados en el cuarto de milla. Al final Ivanka perdió los papeles y se lanzó delante de la Lambretta ganadora. Ivanka era la tercera empezando por arriba. Te echaremos de menos, Ivanka.

    Hola amiguitos y amiguitas del ejcuterim.mo y de la alianza de las conspiraciones. Como hoy es la festividad de San Antón, patrón de los animales, hoy he estado de fiesta. He ido a la procesión, me han bendecido entre una mula y un llorsaiterrié y me han dado un bollo para que me proteja la garganta durante todo el año. Luego me han puesto la antirrábica y lo del mosquito, que nunca se sabe.


    Tras esto, me he quedado un poco aburrido y sin saber que hacer, por lo que he decidido anunciarios que el próximo 29 de febrero y 1 de marzo (si, incrédulos, este año es bisiesto otra vez) se celebrará en Murcia, la quinta edición del Pimentón Scooter Rally, organizado por la Sociedad Modernista de Murcia y The Perputas Scooter Club. Para los que no lo sepais, el Pimentón es el producto resultante de la molienda de pimientos totalmente rojos de la variedad "bola"; esta varidad de pimientos que llegó de América, entonces, eran alargados y picantes y debido a las condiciones medioambientales de esta zona del sureste español (clima mediterráneo subtropical con escasa pluviometría y altas temperaturas, suelos salinos y escasos recursos hídricos) y a las técnicas de cultivo, su forma se fue redondeando y su sabor perdió el carácter picante pasando a ser dulce.

    Entre sus cualidades organolépticas destacan el ser totalmente dulce, con olor fuerte penetrante característico, gran poder colorante, graso y sabroso. Su color es de un rojo brillante. Presenta gran estabilidad de color y aroma.
    La zona geográfica de la Denominación de Origen corresponde a toda la Región de Murcia. La zona de producción está constituida por los terrenos ubicados en los siguientes términos municipales: Alhama de Murcia, Beniel, Cartagena, Fortuna, Fuente Álamo, Librilla, Lorca, Molina de Segura, Murcia, Puerto Lumbreras, San Javier, Santomera, Torrepacheco y Totana. La zona de elaboración y envasado del 'Pimentón de Murcia' comprende todos los términos municipales de la provincia de Murcia.

    Se inicia en semilleros de los propios agricultores con semillas seleccionadas por ellos mismos de la primera cogida de la cosecha anterior y de frutos secados al sol. Se trasplanta a partir de primeros de abril al terreno definitivo, al que se le han dado labores preparatorias para desterronarlo, alisarlo y esponjarlo e incorporarle abonos minerales y estiércol. La plantación puede ser de tres maneras: mediante acolchado plástico; en surcos; o con riego localizado. En cualquier caso los riegos deben evitar encharcamientos pues las plantas son sensibles a la asfixia radicular. Los tratamientos contra plagas y enfermedades se aplican mayoritariamente con métodos de lucha integrada y agricultura ecológica.

    El fruto, una vez maduro, se recolecta de forma manual y escalonada y se seca al sol durante varios días, o en secaderos de aire caliente. El contenido final de la humedad de la cáscara debe ser como máximo de un 14 %. Después se procede a la molienda hasta conseguir la finura adecuada, se envasa y etiqueta.

    Espero que ahora que ya sabeis lo que es el Pimentón, no perdais la oportunidad de asistir a uno de los Rallys pioneros en España y que mantengamos entre todo el verdadero scooterismo vivo.

    Keep the faith. Keep the Pimentón.

    Ciertas partes obtenidas de Wikipedia bajo la licencia GNU Free Documentacion License


    16 enero 2008


     

    ¡PADRE, CONFIESO QUE HE PECADO! (Visto por la Vespa 50...)

    Yo era una joven alegre y pizpireta, un tanto alocada y con unas ganas enormes de conocer mundo. Me crié en casa de una familia humilde y trabajadora a la que, con el tiempo, cogí mucho cariño. En mi adquisición invirtieron demasiado dinero. Tal vez por ello me asignaban todo tipo de tareas, algunas incluso que me superaban. Pero nunca me quejé. Me esforzaba todo lo que podía, conocedora de las penurias por las que pasaban mis propietarios.

    Al cabo de muchos años, agotada ya de tanto esfuerzo, pasé a las manos del hijo, que me trató más mal que bien: me exigía velocidades a las que no podía llegar ni tan siquiera cuando era moza, me daba unos acelerones más propios de una Bultaco que de una pobre y desvalida Vespa, probé el sabor de los adoquines por culpa de su conducción temeraria... En fin, que deseaba con toda mi alma volver a ocupar mi rinconcito en el garaje, que me taparan con la mantita y que me dejaran en paz.

    Algo se debió imaginar el chaval porque empezaron las caras largas, los improperios y las acusaciones. Finalmente me convertí en moneda de cambio por algún tipo de servicio que no llegué a entender, por mucho que me empeñé en descifrar los cuchicheos y las risas que provenían del grupo. A partir de aquí comencé a dar tumbos por el pueblo, pasando de mano en mano hasta llegar al taller del mecánico. Me arrinconaron junto a unas Derbi despiezadas y temí por mi integridad física, con la certeza de que me utilizarían como donante de piezas y que mis restos acabarían en el patio del taller, pudriéndome a la intemperie con las demás, hasta que el chatarrero de la zona se dignara a recogernos para ir directas a la prensa.

    Cuando perdí la esperanza y asumí cual era mi destino, lo vi. Entró con un aire distraído, las manos en los bolsillos y sonriendo. Me gustaba: era joven y apuesto. No parecía de los que van haciendo el loco por las calles con sus cacharros sobre ruedas, asustando a las viejas. Le acompañaba un tipo que le pasaba dos palmos por arriba y otros dos por los lados: una auténtica mole de carne. Desde mi escondrijo vi cómo el mecánico señalaba en mi dirección. Al momento vinieron y noté un punto de sorpresa en su rostro. Por suerte, la mole no parecía muy interesada en mí. A estas alturas no estoy para cargar con 130 o 140 kilos. Además, el tipo éste tenía un aire a lo David Hasselhoff y no me apetecía nada que me apodaran “KITT”, que me pusieran lucecitas en el escudo o que intentaran enseñarme a hablar. Me acarició el manillar y advertí un ligero temblor en sus manos. Estaba realmente excitado. Luego me tocó el escudo y el asiento. Sí, le agradaba. De repente, se tumbó en el suelo y empezó a tocarme los bajos. Creí que me moría de vergüenza. Hace tiempo que no me cuidan y los tengo bastante oxidados. Me sentí sucia. Por la cara que puso cuando se incorporó, pensé que ya no lo volvería a ver. Menos aún cuando escuché las voces y los gritos que salían del despacho. ¡Que lástima! ¡Cómo anhelaba tener sobre mi asiento ese culito sabrosón!

    Pero volvió. A los pocos días vino con otro tipo, un habitual del taller, y se pusieron a discutir de nuevo con el mecánico. Tras pactar un precio (no diré cual) me montaron en una furgoneta y me llevaron a una cochera. Allí conocí a las que serían mis hermanas mayores, una Vespa 160 y una Lambretta Li 150, que se convertirían en depositarias de mis tristezas y penas, un cófano donde poder llorar.

    Cuando nos dejaron solas me contaron historias terribles de mi nuevo propietario. Intuí que acabaría mis días en ese cuchitril de la forma más ruin que se pueda imaginar: despedazada, abierta en canal sobre lo que él llama “el potro de tortura”, que no es otra cosa que una vieja puerta sobre unos cajones de frutas. Si es que no se puede ser más cutre... Y lloré. Recordé aquellos días felices de los años sesenta y no me pude aguantar. Deseé no haber sido montada nunca; que a Corradino le hubiese dado por cultivar tomates o montar un prostíbulo en las afueras de Pontedera. ¿Quién sabe? Tal vez la felicidad consiste en acabar troceada en un plato de ensalada, sobre la lechuga, al lado de las aceitunas...

    Un día entró sofocado al garaje. No olvidaré jamás aquella mirada. Parecía transtornado. Iba de aquí para allá diciendo no-se-qué del párroco y del candelabro y que casi le da... Me asusté. Me asusté tanto que me lo hice encima...

    –“Vaya, vaya... Mira la cochinilla, que se va meando por los rincones. Ya sabía yo que eras una guarrilla. Te voy a hacer pam-pam en el culete, por mala”.

    - “¡No, por favor! ¡No me hagas daño! ¡Haré lo que me pidas!

    -Ven acá p’acá! ¡No te resistas! Vamos a ver que tienes por aquí dentro...

    -¡Ay! ¡Suéltame, bribón! ¡Si me sueltas ahora no diré nada ni te denunciaré!

    Me subió sobre la puerta y comenzó a revolver cables y fundas. Me quitó el manillar y la horquilla -“¡Ah, no! ¡Por ahí no paso!”. Así que aproveché un momento de descuido, mientras toqueteaba el carburador, y le di un mordisco en la mano. –“¡Aaaaaarg! ¡Mala pécora! ¡Te vas a enterar!”. De un tirón me sacó el motor y de otro me dio la vuelta y me puso del revés. –“ Aaaaaaah!!! ¡Que me mareoooooo! ¡Socorroooooo! Mis hermanas miraban atónitas el espectáculo y no se atrevían a decir nada. Con un disco de púas se puso torturarme haciéndome cosquillas por los bajos. –“Ji, ji, ji, ji... uh, uh, uh, uh... Para, paraaaa! ¡Por favor! Ji, ji, ji... Luego sacó un bote de esmalte blanco. –“¿No irás a...? ¡Ni se te ocurra! ¡Esto es un ultraje! ¡No, con la brocha no! ¡¡¡Bruto!!! ¡¡¡Animal!!!”. Me dio tres pasadas de pintura con imprimación, sin sacarla. La verdad es que ahora que ya ha pasado todo, me miro y me veo bastante bien. Necesitaba un repasito. Más tarde, me colocó un motor que no era el mío. Tenía mis dudas, sobretodo cuando me puso en marcha y me tiré un sonoro pedo. ¡Una señorita como yo no puede tomarse esas libertades! A solas, tal vez; pero delante de los demás, nunca. –“¡Oh, que horror! ¡Y como huele! ¿Qué es eso que me has puesto que pone Castrol TTS?”. –“Es aceitito del bueno para ponerte el culito bien, tonta...”.

    Si he de ser sincera, estaba atento a cualquier eventualidad. Hacía años que nadie se interesaba por mi salud de ese modo. Tampoco recuerdo cuando fue la última vez que alguien se acostó a las tres de la madrugada interesado por algún ruidito sospechoso o por un tornillo que no encajaba, con lo bien que se estaría en la cama acurrucado y calentito. Fueron varias semanas de ajustes y pruebas. Un estátor defectuoso le hizo perder unos cuantos días y no me pudo llevar al Rally de Alicante, donde quería presentarme en sociedad. Se marchó triste y ojeroso, con la 160.

    Regresó peor todavía: le dieron el premio a “La más Cutre” y yo me sentí responsable. Estuvo sin hablarme al menos un par de semanas. Cuando por fin se decidió a tocarme, yo estaba más dispuesta que nunca a facilitarle la tarea. Pero surgieron problemas de nuevo: esta vez eran las luces de frenado. Tras una semana exasperante de interruptores de freno, soldadores y estaño, consiguió que funcionaran.

    Ahora me saca a pasear de vez en cuando, con cuidado, mimándome. Me susurra cosas bonitas. Experimento otra vez las sensaciones de antaño: el cambio preciso, la dirección suave, el agarre de los neumáticos nuevos. Siento la brisa acariciando mi cuerpo. Me siento querida. Y soy feliz.